lunes, 13 de agosto de 2012

Plagio.

Por: Julián Cubillos

Un autor a quien de seguro leí en alguna parte, pero que no logro recordar. Una frase que, si se la examina con atención, no parece del todo negativa ni errada. Fue Heráclito el que dijo que todo estaba en constante cambio; fue Einstein el que agregó que la única constante en el universo, justamente, era el cambio; fue Julio Numhauser el compositor de la letra de Todo cambia –la que Mercedes Sosa inmortalizó–. Pero también podría ser que Parménides tuviera razón al defender la unidad e inmutabilidad del ser. La misma razón que asistiría a Borges al sugerir que un solo hombre habría nacido en esta tierra. Bien podría ser que tan grandes pensamientos, excluyentes entre sí, apoyaran el acierto de nuestra frase. Todo está dicho.
No resulta extraño, sin embargo, que jamás se nos ocurriera acusar a Einstein o a Numhauser de plagiar a Heráclito –incriminando a Mercedes Sosa, de paso, por tan flagrante complicidad–. Pues si bien nada quedaría fuera del ‘todo’, Einstein se refería a la materia y Numhauser a la vida misma. Como tampoco es extraño que aquel monismo reduccionista, el de Borges y Parménides, ni invite a la inacción ni anule la diversidad. Si somos uno, en un solo espacio, qué más da, tenemos múltiple personalidad.
Desde perspectivas tan abstractas, pareciera cierto, entonces, que nada quedaría por decir. Que “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”, plagiar, sería en verdad el más mínimo de los “descuidos”. Pero lejos de semejante falacia reduccionista, si algo subyace tras el pensamiento de los contrarios absolutos es, justamente, la afirmación del pensar. Un pensar que, en esencia, engendra la diferencia; que por tanto es forma, más que contenido. Y que hace que ‘lo sustancial’, de lo cual habla la definición de plagio, no se refiera a las ideas en sí mismas, sino al modo en que sean expresadas.
No recuerdo quién lo dijo, pero estoy de acuerdo en que todo está dicho ya; solo que nunca lo estará de todas las formas posibles. Podría tratarse de sabiduría popular, o de un gran y enigmático autor, incluso, ya mencionado. Con todo, cuando la memoria nos falle, que más valga recurrir a la nobleza del nombre Anónimo, antes que a la deshonestidad. Que más valga ser como uno de esos autores a los que un buen día les sonó la flauta, que encontraron fórmulas para expresarse y que las repiten hasta la saciedad. Que, muertos en vida, ya hicieron empresa; que pueden ser malos en su oficio, pero plagiarios jamás.
Que más valga eso, o no renunciar a pensar. Plagiar es atentar contra el pensamiento del otro y, en consecuencia, de la humanidad. Es un apague y vámonos, o quedémonos a oscuras, en medio del subdesarrollo. Un plagiario es un parásito; un cobarde y perezoso.
P.D. Después de revisar los párrafos idénticos que el Auditor General de la República, Jaime Ardila, incluyó en sus columnas, sin citar debidamente a sus autores, sí que resultó desconcertante que se defendiera diciendo que se trataba de una persecución política. A la espera del juicio de las autoridades competentes (juicio que suponemos en curso), si tal evidencia no constituyera un plagio, tendríamos que revaluar esa misma noción con la que se controlan los derechos de autor en las instituciones de educación superior.
@Julian_Cubillos 
  • Elespectador.com| Elespectador.com



No hay comentarios:

Publicar un comentario